Últimamente he estado recibiendo cierta iluminación sobre el modo en que me juzgo a mí misma. No sé si sería erróneo decir que he estado pensando sobre ello, porque a mí estas ideas me llegan de pronto como una revelación a nivel casi intuitivo, sin tener que pensar mucho en ello. Es como si fueran aflorando naturalmente a la superficie verdades que han estado enterradas en mí.
Siempre me he considerado una persona dispersa: me gustan muchas cosas diferentes, me despierta curiosidad casi todo, pero no parece que me centre en nada. Pues bien, de pronto apareció ante mí la idea de que en realidad no soy dispersa (idea fundamentada en hechos, claro). Lo que sucede es que tengo múltiples intereses y soy una persona inmensamente curiosa. Y es cierto. ¿Qué tiene eso de malo? ¿Desde cuándo es un defecto apasionarse y querer aprender sobre muchas cosas diferentes? Para mí lo extraño es lo contrario. Lo que no sé es por qué en un momento dado decidí que era una debilidad lo que en realidad es una fortaleza. ¿Por qué me hago esas cosas? He de decir que hasta ahora creía tener una gran autoestima (de un tiempo largo a esta parte y porque yo misma me la he trabajado). Lo cierto es que me quiero mucho, mucho, de verdad. Me amo y hasta me lo digo, me conforto cuando lo necesito, me mimo, me cuido, me encuentro muy a gusto conmigo misma, me sonrío en el espejo, me dedico piropos, disfruto inmensamente de mi cuerpo y de mi alma. Y de mi evolución. Pero... no soy del todo benevolente conmigo misma. De hecho, en algunos aspectos no lo soy en absoluto.
No me permito hacer cosas. Es otra de las cosas de las que me he dado cuenta. No es que sea vaga (bueno, igual un poco, tampoco nos engañamos, pero me he dado cuenta de que casi todo el mundo es vago, parece ser parte de la condición humana y el tema está en superarlo). En fin, no lo soy. Me encanta hacer cosas todo el tiempo, me crezco y me lleno de energía cuando estoy ocupada. Claro, que también disfruto de no hacer nada, aunque cada vez menos. En ese sentido he sido tan autocomplaciente demasiado a menudo por distintas razones, que ahora siento que ha llegado el momento de hacer TODO. Se acabó el aplazar. Se acabó el no permitirme hacer cosas porque quizá pueda no hacerlas perfectas. Las haré. Mejor o peor, pero las haré. Las hago, de hecho. De nuevo, soy dura conmigo misma al pensar que no hago nada. Claro que hago. Hago complementos, ¿no? Voy venciendo mi miedo a no hacer las cosas absolutamente perfectas. Los hago e incluso gustan y vendo algo. Y he empezado a enfrentarme a mis limitaciones haciendo números (mi némesis) y organizando mis datos y mi agenda diaria. Y puede que siga sin darme para vivir, pero yo haré mis números y mis planes todos los meses y punto. Y al menos no me perderé en el caos de no saber muy bien lo que estoy haciendo. Y en la idea de que en realidad no estoy haciendo nada. Porque estoy. También me estoy sacando el carnet de conducir (entre otras cosas). Aún no me he presentado al teórico, pero estudio y hago tests todos los días.
Y puede que no quiera hacer una sola cosa el resto de mi vida ¿y qué? ¿Por qué elegir? ¡Qué miedos tan tontos tenía! ...Si la respuesta era justamente mi gran "defecto": la dispersión. O, dicho de otro modo, tener muchos intereses. ¿Quién dice que tenga que dedicarme a una sola cosa? Porque hacer complementos no es una actividad que me satisfaga por sí sola, la verdad. Claro que me gusta, me encanta. Estoy rodeada de cosas bonitas, y de clientas y de compañeras artesanas que son una maravilla; he conocido a gente estupenda; recibo comentarios amables todo el tiempo. Y a esos atractivos hay que sumarles que montar y gestionar una sola una marca propia implica entregarse a toda una variedad de trabajos diferentes (con el subsiguiente riesgo de no hacer todo perfecto por pura falta de tiempo material, sí, pero es lo que hay); de modo que no es que se trate de una labor tediosa precisamente. Pero yo tengo más inquietudes, no lo puedo ni quiero evitar. Y, además, es combinando varias ideas de negocio como podré obtener unos ingresos aceptables que me lleguen para vivir de manera independiente. De modo que ahora tengo claro que puedo dedicarme a varias cosas a la vez y que no tengo por qué renunciar a nada, así de simple. Todas mis ideas son compatibles entre ellas, aunque soy consciente de que a alguna le tendré que dedicar menos tiempo y que otras tendrán el protagonismo. Soy consciente también de que tendré que trabajar muchísimo. Pero es que me gusta trabajar. Siempre he sido más feliz en los períodos en que he estado trabajando. No es solo por mantenerme ocupada, también es que es cuando se trabaja cuando el tiempo de ocio adquiere todo su significado y se vuelve más atractivo y valioso.
Hablando de limitaciones, hoy he hecho algo que hacía muchísimo tiempo que no hacía. Dibujar. En el colegio se me daba bien hasta los 10 u 11 años más menos. A partir de tener que empezar con "el natural" eso ya fue otra historia. Yo creo que la profesora no se daba cuenta de que mi ojo no es su ojo y yo no veía las mismas cosas que ella, y que ella en realidad no sabía explicar la técnica. O quizá es simplemente que soy torpe en temas manuales, como he pensado toda mi vida.
Normalmente pienso y descarto acciones. Este vez simplemente he sentido el impulso de coger un boli y dibujar un autorretrato simpático. Y es lo que he hecho. Sobra decir que no sé dibujar ni lo hago desde hace más de 20 años. No os asustéis.
"¿Y qué necesidad había, Laurita?". Me diréis. Pues la de verme con otros ojos. Estaba leyendo un blog así por encima, sin prestar mucha atención porque hoy estoy a lo mío, en modo introspectivo, y en él aparecía una foto de unos autorretratos esbozados rápido y sin mucho recurso, a modo de firma, de un grupo de chicas que habían hecho una bonita quedada. En seguida pensé que yo dibujo fatal y me planteé cómo habría superado una situación así. Al mismo tiempo, me dio mucha curiosidad saber cómo me representaría a mí misma, de modo que cogí un bolígrafo y lo hice sin más.
Lo primero y fundamental eran los ojitos cerrados sonrientes. Era lo único que tenía claro al empezar a dibujar. Ojitos de china que se me cierran al sonreír. Y cara afilada. Me pareció simpático dibujarme carita de gata porque me encantan los gatos y se me relaciona mucho con ellos. Y no quería hacer un dibujo soso porque es obvio que no tengo dotes para el retrato, de modo que qué menos que tratar de hacer algo medio mono. Lo interesante del asunto es que a medida que iba dibujando iba descubriendo o redescubriendo rasgos de mi personalidad y corrigiendo algunos sobre la marcha. En principio iba a ser solo una carita, pero el cuello y los hombros salieron solos (las caras flotantes son raras), de modo que simplemente continué hacia abajo venciendo varios impulsos de parar. Puse demasiada carne en el asador con la sensualidad de ese escote, pero me gustan las tetas, qué queréis que os diga... Quise dibujarme en una actitud dinámica, con el brazo en alto, saludando. Al llegar a las manos quise detenerme porque, bueno,